La terapia empírico-popular de cannabis en Argentina en un contexto de biomedicalización y violencia epistémica

La biomedicina, como modelo hegemónico de atención a la enfermedad, ha tendido a subalternizar, desestimar y criticar estrategias alternativas de atención a la salud. Operaría en dicho proceso cierta violencia epistémica que niega o descalifica otros conocimientos, prácticas y modos de atender al cuidado de la salud. La producción de cannabis con fines terapéuticos, desarrollada inicialmente por personas que buscaban tratamiento a problemas que la biomedicina no solucionaba, es un ejemplo de ello. La legislación actual en Argentina resulta un avance en el sentido de no criminalizar el cultivo y uso de cannabis con fines terapéuticos; sin embargo, también habilita una producción que tiende a la estandarización e industrialización de un producto, mientras que la práctica empírico-popular documentada sobre dicha terapia involucra el desarrollo de experiencias terapéuticas singulares. En ese escenario, por un lado, se observa cierta negación de la validez del conocimiento empírico-popular de la terapéutica de cannabis, constituyendo una violencia epistémica que en ocasiones promueve violencia institucional. Por otro lado, siendo que la producción estandarizada de terapias en el proceso de biomedicalización tiende a la homogeneización e industrialización, puede conducir al paulatino abandono o reemplazo de las prácticas artesanales. Nos preguntamos entonces: ¿será el proceso de producción y estandarización farmacológica (en vinculación directa con la lógica biomédica) respetuoso de esas prácticas artesanales y populares de la terapia de cannabis? ¿Qué pasará con aquellas personas que artesanalmente producen sus aceites de valor terapéutico cuando legalmente circulen fármacos patentados? ¿Quién/es tiene/n el patrimonio sobre esos conocimientos y prácticas de origen popular del que se apropian científiques y compañías farmacéuticas? En esta indagación, sostenemos que modos de producción de salud alternativos tienen el potencial de (re)crear otras formas de pensar la salud-enfermedad, que resultan contrahegemónicos y decoloniales, en la medida que se parte de problemas y necesidades locales.